Cuando las mujeres blancas brasileñas descubren en Europa que, con su blanquitud, no pueden valerse de privilegios
Fuente: Por Fabiane Albuquerque, enviado al Portal Geledés el 24/10/2021. Traducción al español por César Maldonado. Negritas y cursiva fueron agregadas por mí.
Antes de pasar al artículo, siempre me hice varios de los cuestionamientos en él en un contexto más amplio - no solo sobre mujeres - como alguien que se considera buen observador. Aunque el contexto de este tiene que ver con Brasil, brasileñas, Francia, la blanquitud y las luchas de poderes, en general, en estos lugares y a través de los ojos de una brasileña, se trata exactamente de la misma dinámica que sucede en otras latitudes. En mi caso, en Estados Unidos, donde viví 12 años de mi vida, inicialmente como niño/adolescente y diez años después como adulto. Siempre me pregunté qué pasaría con esa gente en México que goza de ciertos privilegios otorgados gracias a la política, a una familia rica, amistades influyentes, o a otros factores y se va a otro país sin palancas y sin esos privilegios que dejaron en su país de origen, reconociendo al mismo tiempo, por supuesto, mis propios privilegios, hayan surgido recientemente o no, como el de género y algunos relacionados con el hecho de haber aprendido inglés en Estados Unidos, haber convivido con decenas de nacionalidades y culturas en una escuela internacional, tener movilidad para ir a Estados Unidos cuando quiera, o tener cierto nivel de formación académica. También me pareció interesante cómo los estudios de blanquitud parecen ser menos frecuentes que los de negritud en nuestra sociedad, por eso lo refresacante, para mí, de este artículo. Finalmente, la parte de la nivelación de clases sociales en Francia me pareció una observación bastante poderosa, y por la cual estoy seguro de haber pasado en Estados Unidos - en cierto grado. Pero qué les cuento yo, lean ustedes mismas/os:
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Hace ya algunos años que vivo en
Francia. También he vivido en Italia y, además de mis estudios sobre la blanquitud,
convivo con mujeres brasileñas en el extranjero y tengo bastante experiencia
con las frustraciones, las quejas y las crisis de las mujeres blancas,
especialmente de las clases media y alta. Llevo mucho tiempo observando a las mujeres
blancas. Creo que empecé a reflexionar sobre ellas escuchando las historias de
las mujeres de mi familia que trabajaban en sus cocinas, en las granjas, en
estrecha relación con la blanquitud brasileña. Así que no me faltaron
anécdotas sobre cómo se comportaban, pensaban, decían y se relacionaban,
especialmente con sus iguales y con su Otredad (hombres y mujeres negros).
Pues bien, veo a estas mujeres
que, acostumbradas a proyectar su mirada hacia el exterior, hacia el otro,
rara vez se cuestionan y se ven como realmente son. No se ven a sí mismas como
blancas, privilegiadas, construidas y diseñadas como seres superiores
con base en la pertenencia de raza y clase en Brasil. Y cuando llegan a Europa
y descubren que, por ser blancas y tener dinero, no pueden aprovecharse de
la situación como lo hacen en el país que las endiosó, entran en crisis. La crisis de estas mujeres es una de las
cosas más interesantes que han presenciado mis ojos de investigadora. No es un tema consciente para ellas,
como tampoco lo es el hecho de que la blanquitud les haya garantizado un lugar
cómodo en su sociedad de origen.
Durante tres años, mi hijo
estudió en la misma clase que el hijo de una brasileña blanca, rubia, de Santa
Catarina, abogada y partidaria de Bolsonaro, antipetista, antilulista y
poseedora de una visión estereotipada de la izquierda, los negros y los
pobres. Pero hay algo que ha cambiado en su vida: aunque las dos procedemos de
entornos sociales y raciales distintos, Francia nos ha nivelado. Ella y
yo vivimos en la misma zona y nuestros hijos asistieron a la misma escuela, pública,
por cierto. Para ella, más que para mí, esto le representaba una gran molestia,
que se manifestaba en su constante intento de mostrarme lo que la diferenciaba
y lo que me diferenciaba a mí.
Como la cuestión financiera no
era el principal motor de superioridad, mucho menos su conocimiento de
la cultura, es decir, mientras yo soy amante de los libros, investigadora,
escritora, conozco la literatura brasileña, francesa e italiana, entre
otras, voy al teatro y al cine, ella se vanagloriaba de ser asidua asistente al
gimnasio, a Disneylandia y a McDonalds. En Brasil, parece que la frivolidad
de estas personas se ve ensombrecida por los privilegios de raza y clase.
Un día, en la puerta de la
escuela, se dirigió a mí de la siguiente manera:
-Ay chica, hay días que son
difíciles, estoy a punto de volverme loca. El otro día fui sola al banco y me
trataron como a cualquiera, ¿tú crees?
Estaba yo incrédula con su
expresión, porque “cualquiera" debería ser el sentimiento de todo ciudadano,
desde el juez hasta el barrendero, desde el profesor hasta el médico, desde el
político hasta el banquero, pero asenté con la cabeza, dándole cuerda:
-¿En serio?
Y se soltó:
-Tuve que marcarle a mi esposo
para que fuera y viera si sería diferente con él. Todo el tiempo le mandan
propuestas del banco para que invierta porque gana bien.
Me quedé pensando en sus
palabras. Aquí en Francia, ella no puede exigir un trato diferente por
ser rubia y mucho menos por su clase social. Aquí, el "¿sí sabes quién soy
yo? no pega como en Brasil. A fin de cuentas, ella no es más que una blanca más
entre los blancos. Y los blancos de aquí, como dice el investigador
Lourenço Cardoso, son "más blancos" que los nuestros gracias a la
huella dejada por la colonización que jerarquizó pueblos y naciones.
Cuanto más nórdico, como los ingleses, más blanco e ideal es un
pueblo.
Como nunca le eché flores por ser
blanca (como suele pasar entre brasileños), en otra ocasión, en la puerta de la
escuela, volvió a abordarme. Le dije que iba a dar la vuelta e inmediatamente
se ofreció a acompañarme. En el camino, sin pudor alguno, me dice:
-Cuando nació mi hijo, mi
marido estaba preocupado por el cabello, por si llegaba a tener cabello malo
como el de él. Hasta se me hizo chistoso porque en cuanto nació, corrió hacia
mí y me dijo "parece cabello malo; lo tiene muy chino".
Yo, que tengo el pelo
"malo" según la concepción de su familia, solamente le dije "¿en
serio? Y pareciera que aquello liberó en
ella su racismo más latente. Ese que solamente sale cuando la persona no
se siente juzgada o rechazada, cuando siente abertura de la otra parte y cree
que su interlocutor no la está juzgando:
-Mi marido (blanco en Brasil) se “rapa”
la cabeza porque odia su propio pelo. Pero cuando vio que nuestro hijo
salió a mí se tranquilizó.
¿Qué quería esta mujer diciéndome
todo esto? Buscaba que yo reconociera su superioridad, por lo menos racial, ya
que yo no lo hice espontáneamente, y ella estaba allí recordándomelo. La igualdad
es una de las mayores aflicciones psíquicas de las mujeres blancas brasileñas
de clase alta que se vienen a vivir aquí, a Europa. Y digo mujeres porque tengo
poco contacto con hombres blancos brasileños. Pero no paró ahí, no. En otra ocasión
hizo el siguiente comentario:
-Oye, hablé con mi prima que
vive en Inglaterra y me dijo que estoy loca por haber metido a mi hijo en una
escuela pública, por mezclarme con esta gente.
Se refería a la gran presencia de
niños inmigrantes en la escuela, de origen africano y de países árabes.
La escuela pública fue el espacio que acogió a su hijo, le enseñó a hablar
francés, le proporcionó una base y una convivencia respetuosa e igualitaria
con diferentes nacionalidades, especialmente con las que nunca tuvo contacto en
Brasil porque vivía segregado en su pequeño mundo burgués. Pero insistía en tratar de hacerse ver como
un ser especial.
Antes de que alguien diga que
tuve mucha paciencia, sólo me resistí porque estudio a los blancos y cuando
descubrí que es mejor darles cuerda para conseguir material, mi relación
afectiva y emocional me hace sufrir menos.
Su estupefacción por no ser
tratada con distinción no sólo proviene de gente de extrema derecha. A
estas alturas, la blanquitud es muy similar, tanto de derechas como de izquierdas.
Una chica blanca, de São Paulo y, según ella, de clase media alta, me reveló
que le sorprendía sufrir discriminación en una universidad francesa. La
pregunta que me hizo fue la siguiente:
- ¿Puedo compararme con los
negros por sufrir racismo?
Le contesté que con los negros, nunca.
Y proseguí diciéndole que aquí, en primer lugar, es brasileña y tenía algunos
rasgos árabes como la nariz y la forma de la cara. Se le veía confundida por no
poder gozar de la "invisibilidad" de la raza como ocurría en
Brasil y quizás, sin darse cuenta, de la visibilidad por ser blanca y burguesa
a la hora de tener privilegios. Estas mujeres están acostumbradas, desde la
infancia, a ser consentidas y, cuando esto no sucede, su ego se vuelve frágil.
Ahí va otra, ella siendo blanca
de ojos verdes, y al ver que yo nunca comentaba su aspecto físico, como está
acostumbrada, después de un tiempo de convivir, se quitó los lentes de sol
delante de mí, abrió los ojos más de lo normal y dijo:
-Todo el mundo dice que
debería de dejar de ponerme lentes porque hacen lucir menos mis ojos. ¿Ya me
has visto los ojos?
La escena era de risa; la
mujer con los ojos saltones frente a mí mendigando un cumplido. Le contesté:
- Fulana (para no decir
nombres), ya he visto tus ojos.
Se volvió a poner los lentes, ya
sin ninguna gracia. ¿Qué quería de mí? Lo que todo el mundo le daba: halagos
por su blanca corporeidad, sus ojos verdes y el reconocimiento de su
valor basado en ello.
Muchas de estas mujeres procuran
reproducir la misma jerarquía social y racial que tenemos en Brasil,
buscando a otras que estén a disposición de su ego. Conocí a una fiscal de
Brasilia que vino a Francia con su marido para hacer una maestría. Ambos consiguieron
una licencia de un año en el trabajo. En el primer contacto que tuvimos me
preguntó: "¿Conoces a algún asistente que puedas recomendarme?".
Me pareció extraña su petición, ya que la mujer y su marido estarían sin
trabajo durante un año, viviendo en un pequeño apartamento, como ella
describía, pero tenía que tener a alguien que la atendiera. Estas personas
fuera de Brasil y las relaciones de dominación/servidumbre que se basan
en la racialización de los cuerpos se pierden.
He conocido a brasileñas aquí que
les gusta vivir con otras brasileñas porque entre nosotras entendemos los
códigos, las jerarquías y las leyes ocultas de nuestro país para
reproducir la misma lógica de quién adora y quién es adorada. O, en otros
casos, prefieren vivir sólo con franceses porque, según ellas, "no les
gusta mezclarse" y se aferran a los "blancos más blancos"
como si fuera un trofeo para mostrar al mundo y exhibir a sus familiares
y amigos en Brasil: "¡¡Mira a mi amiga francesa!!". Es una forma de
participar en la blanquitud "más pura" (aunque sea indirectamente)
que la que tenemos en tierras brasileñas.
Una cosa es cierta, esta experiencia en Europa podría ser, para ellas, una gran oportunidad de cambiar de paradigma, de renacer, de convertirse en una mejor persona. Pero, en la mayoría de los casos, el privilegio se busca con uñas y dientes. Si supieran que pueden abandonarlo y vivir más libremente, quizás lo harían. Pero alguien como ellas, es decir, blanco, tendría que decírselo, puesto que, en mi caso, si yo se lo digo, me tacharían como una mujer negra enojada, resentida y envidiosa que encuentra racismo en todo. Yo le apuesto al cambio y a la emancipación humana, pero mientras esto no ocurra, seguiré teniéndolas como objeto de análisis y de estudio.
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Fabiane Albuquerque
es doctora en sociología, autora del libro Cartas a um homem negro que amei,
publicado por la Editora Malê.
** ESTE ARTÍCULO ESTÁ ESCRITO POR
COLABORADORES O ARTÍCULOS DEL PORTAL GELEDÉS Y NO REPRESENTAN LAS IDEAS U
OPINIONES DEL VEHÍCULO. EL PORTAL GELEDÉS OFRECE UN ESPACIO PARA LAS DIVERSAS
VOCES EN LA ESFERA PÚBLICA, GARANTIZANDO ASÍ LA PLURALIDAD DEL DEBATE EN LA
SOCIEDAD. Artículo original: https://www.geledes.org.br/quando-brasileiras-brancas-descobrem-na-europa-que-com-a-brancura-nao-podem-mobilizar-privilegios/
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